DAÍNA CHAVIANO
Tuve el privilegio de ser uno de los primeros lectores de estos cuentos en una Habana lejana e irrecuperable, irremediablemente idealizada por la memoria. Inaugurando una costumbre que se ha mantenido a lo largo de muchos años, su autora, Daína Chaviano, me los dio a conocer para escuchar mis opiniones con la misma atención y confianza con que yo he oído y sigo oyendo las suyas.
Si cierro los ojos, soy capaz de recordar perfectamente la textura del feo papel de 8,5 por 13 pulgadas, hecho con bagazo de caña, en que estaban mecanografiados los relatos —no, aún no había empezado la era de las computadoras-—. Incluso me parece estar viendo el color grisáceo, un tanto desvaído, de las letras, tan diferentes de las que imprimen nuestras sofisticadas máquinas láser de hoy.
Aquellos relatos que exploraban distintas vertientes de lo fantástico me entusiasmaron y más de una vez le insistí a su autora para que los reuniera en un libro. Pero para ella, en ese momento, eran una suerte de pequeños escapes o aventuras creativas, digresiones que se permitía mientras trabajaba en una serie de proyectos de mayor aliento, como la novela Fábulas de una abuela extraterrestre, el poemario Confesiones eróticas y otros hechizos o el libro de viñetas satíricas El abrevadero de los dinosaurios.
“Ya veré qué hago con ellos”, me repetía, evasiva, cada vez que yo salía en defensa de esas historias sin lectores y le reclamaba su derecho a ser publicadas. Y con excepción de un par de ellas que vieron la luz en alguna revista literaria o antología del cuento cubano, seguían añejándose, como los buenos rones, en el fondo de una gaveta de su elegante escritorio de cedro, herencia de un abuelo poeta.
Años después de escritos, por fin esos relatos se reúnen con el título Extraños testimonios, y compruebo con satisfacción que su magia y su capacidad de encantamiento no han disminuido. Daína Chaviano acertó al destacar el rasgo que unifica esta decena de historias ambientadas en escenarios y épocas disímiles, construidas con técnicas narrativas que van de la primera persona al narrador omnisciente, desde la escritura en forma de diario al relato epistolar: la extrañeza. La condición de sorprendente y de fuera de lo común, que se expresa a través de personajes, anécdotas y atmósferas, es el común denominador de sus cuentos. A través de ellos, logramos entrever imágenes y experimentar sensaciones insólitas, a veces luminosas, pero casi siempre perturbadoras o francamente escalofriantes, asociadas con mitos y leyendas primigenios, con el erotismo y con obsesiones enraizadas en nuestros imaginarios.
La indeleble conexión de Chaviano con lo insólito, lo simbólico y lo onírico, le ha permitido dejar testimonio, para nosotros, de lo que acontece en esa extensión de nuestro universo que se conoce como fantasía. De eventos, salvo una que otra excepción, de naturaleza oscura y enigmática, en los que desempeñan un papel fundamental una galería de seres (humanos o sobrenaturales) tenebrosos y aviesos, y un humor tan negro y perverso como refinado.
Un recorrido por las páginas de este libro, dividido en dos secciones: “Sacrilegios nocturnos” y “Prosas ardientes”, pone de relieve que cada uno de sus cuentos es un pequeño mundo al que se nos permite asomarnos, durante unos breves instantes, para ser testigos de lo que en ellos acontece. El quehacer de los creadores de ficciones es recreado en dos fábulas deliciosas: “Teje, araña, teje” y “Había una vez…”; la partitura de Igor Stravinsky pareciera servir de fondo musical a “El pájaro de fuego”, viñeta sobre la desesperación de una joven que descubre el secreto que ocultaba su amado; “La joya” es un clásico relato de horror, pero arropado por la estética del Art Nouveau; “Discurso sobre el alma” enumera, en una suerte sintética de lectio magistralis, los mandamientos del alma (que, para quienes no lo sepan, son cincuenta, ni uno más ni uno menos), y “Elogio de la locura” revisita el texto de Erasmo de Rotterdam a través de las vicisitudes de un personaje que salta las barreras temporales cuando se ve obligado a enfrentar su angustia.
Mientras la narración de “Nuestra señora de los ofidios”, un cuento que combina de modo inquietante la sexualidad y la depredación, avanza hacia su inesperado desenlace con la sinuosidad y la elegancia de una serpiente, “El duende” tiene, por el contrario, una composición fragmentaria, lúdica y saltarina, y un color disímil, resultado de la mezcla del candor y el lirismo de los cuentos infantiles y del mundo feérico con una ironía que observa críticamente el cada vez más precario cultivo de la imaginación en el entorno contemporáneo.
El amor por los mitos de distintas culturas y su revisión creativa han sido fundamentales en la obra de Daína Chaviano desde el inicio de su carrera. Así pues, no es raro que nos proponga una singular variante de la licantropía en “Vida secreta de una mujer-loba” y que actualice —asociándolo con la antigua civilización maya— el universo de los vampiros. Por su parte, “Gárgola mía” —un relato que no trata de ocultar su filiación con los cosmos lóbregos y malignos de Poe y de Lovecraft— entremezcla misterio, terror y una sensualidad tan brutal como subyugante para recrear la sobrevivencia de un culto milenario en el bucólico y aburrido entorno de una localidad rural cubana de los años 1940. Y “Las amantes”, historia plasmada a la manera de un divertimento dramatúrgico, lanza una mirada maliciosa e indiscreta a Lilith y Eva, las dos mujeres de Adán.
Algo que me atrae especialmente de estos “testimonios” es la multiplicidad de lecturas e interpretaciones que permiten. Por ejemplo, podría darse por sentado que una colección de cuentos de esta naturaleza esté divorciada del plano real, pero no es así. Las ficciones de Chaviano suelen moverse en más de una dimensión, y una buena prueba de ello es “Estirpe maldita”, relato narrado en primera persona por un joven miembro de una familia de monstruos caníbales, que alude inequívocamente al modus vivendi de la Cuba de las últimas décadas: escasez de comida, espionaje y delación entre vecinos o familiares, necesidad de ocultarse para la supervivencia de la individualidad en un régimen que pretende la homogeneización de los ciudadanos…
A lo largo de nuestra existencia, hemos sido testigos o hemos vivido inmersos en sucesos y situaciones extraordinarios, pero al parecer existe una especie de condicionamiento o de regla no escrita que nos impulsa a fingir que no los percibimos o a olvidarlos como si jamás hubieran existido. Daína Chaviano es, en ese sentido, una excepción. Aunque la mayoría de sus historias surge de su pródiga imaginación, otras han tenido como detonantes vivencias personales. La pérdida de un amante fue el origen de “La sustancia de los sueños”, cuento que habla de presencias fantasmales y reencuentros de ultratumba. Y soy testigo de que —por increíbles que parezcan— algunos de los incidentes que se refieren en “Ciudad de oscuro rostro” ocurrieron realmente en un apartamento de La Habana, donde nos reuníamos cada semana, a mediados de los años 1980, los integrantes de un pequeño grupo de escritores amigos y amantes de la literatura fantástica.
Estudiosa de las leyendas, Daína Chaviano ha devenido una ella misma por el halo de belleza y misterio que la rodea. Para mí, y así lo confirman estos cuentos, Chaviano es algo más que una autora de probado oficio y con particular sensibilidad para aventurarse en los más intrincados territorios de lo imaginario. Es una suerte de dama duende, un adorable fantasma capaz de cautivar a sus lectores y de conducirlos a universos donde conviven, jubilosa y salvajemente, todo tipo de criaturas fantásticas: desde gnomos y unicornios hasta faunos y dragones. Una autora, en fin, convencida de que “la realidad no está hecha solo de luz; también las sombras se ocultan en los resquicios de sus múltiples recovecos”. Y para que no quepa la menor duda de ello, ha revelado, al fin, estos Extraños testimonios.
Antonio Orlando Rodríguez