EL UNIVERSO MEMORABLE DE LILIANA DÍAZ MINDURRY

Rosa Tezanos-Pinto, Ph.D.

Indiana University-Purdue University Indianapolis

Academia Norteamericana de la Lengua Española

Real Academia Española

Al no comprender el hombre se convierte en todas

las cosas y así se defiende contra la muerte que es                           

el orden por excelencia de lo eternamente estático.

Escribir tal vez parte de una desesperación asumida, 

que al emprenderse en su vacuidad se vuelve una                                                          

muy extraña esperanza.

 

Liliana Díaz Mindurry

Hay momentos claves en la vida de todo lector que considera la literatura territorio propio, refugio de soledades, donde las experiencias de lo sagrado y lo profano se circunscriben o se disocian con naturalidad, y es cuando se topa con un texto que no solamente seduce sino que rompe con todos los esquemas. Ante tal dicha se empieza a subrayar frases, a releer y a atesorar pensamientos. Quién no recuerda el descubrimiento de Cervantes, Borges o Lispector. El hábitat literario que ya amábamos se hace extraordinario. Esta es la experiencia que espera a los que se adentren en los sortilegios creados por la escritora argentina Liliana Díaz Mindurry en La maldición de la literatura.

En un discurso que muestra su versatilidad lingüística y extenso conocimiento, Díaz Mindurry involucra al lector en el universo de su estudio y de su contienda intelectual. Aunque hay un cuidadoso orden y división de temas, la propuesta de la autora es adentrarse en el hermetismo del lenguaje literario y aceptar las consecuencias de tal sondeo. Comparte con Bajtin que en el escritor: “el arte y la vida no son lo mismo, pero deben convertirse en mí en algo unitario, dentro de la unidad de su responsabilidad” (12). El ensayo de Díaz Mindurry refleja, por lo tanto,  praxis y resultado: un tratado sobresaliente sobre el Mal-Decir –el significado de lo mudo o disimulado en el lenguaje– así como un compromiso solidario con el otro, a quien hace partícipe de sus hallazgos. La autora conjura para ello a escritores y pensadores quienes de una forma u otra han incorporado en su escritura el sufrimiento, el miedo, el horror, los tormentos de la duda en un léxico, inquietante, casi siempre subrepticio. Por la multiplicidad de nombres y puntos de vista que discute (Aristóteles, Leibniz,Gödel, Nietzsche, Heidegger, Ortega y Gasset, Lacan, Rorty, Wittgenstein, Blanchot, Bloom, Freud, Ricoeur, San Pablo, Kierkegaard, Jesucristo, Deleuze, Felisberto Hernández, Borges,  Cortázar, García Lorca, Lamborghini, Lewis Carroll, Camus, Kafka, Husserl, Beckett, Godot, Blake Novalis, Onetti, Celan, Pizarnik, Rilke, Pessoa, Kant, Joyce, Faulkner, San Juan de la Cruz, Heidegger, Baudrillard, Orozco, Paz, Baudelaire, Hölderlin, Trakl, Breton,  García Sabal, Dostoievsky, Bataille, Mallarme, Badiou, Sartre, Merleau-Ponty, entre otros), se hace perceptible lo mucho que Díaz Mindurry ha pensado sobre su investigación, las congojas de los distintos autores que ha relacionado, el peso de la tribulación que ha tenido que sobrellevar para simbolizar este, su “libro sagrado” del Mal-Decir literario.

 El capítulo inicial de La maldición de la literatura, que expone la teoría de Díaz Mindurry sobre el verdadero sentido del lenguaje literario, es seguido por trece más donde la autora expande la idea central e identifica el Mal-Decir con referentes específicos: el caos, la violencia, el papel de eros, el camino virtual, la pintura, la figuración de la culpa, vergüenza y maldición en lo literario así como la pasión y la ironía. Destacan en este grupo también sus especulaciones sobre la muerte, la otredad, el papel del “idiota”, la oración, la desmesura, la soberbia  y culmina con un análisis del Mal-Decir desde la literatura mística. Una tercera sección de seis capítulos brinda explícitas observaciones sobre escritores, ejemplos todos del Mal-Decir: Julio Cortázar, Juan José Saer, Olga Orozco, Franz Kafka, Marcel Proust y Arthur Rimbaud. Aunque hay un capítulo final titulado “Sufrimiento, gozo, maldición”, que enfatiza lo discutido y que manifiesta el encuentro con lo que Díaz Mindurry rubrica como gracia, es el apéndice –homenaje a la obra de Juan Carlos Onetti– el que registra una práctica dinámica del Mal-Decir en la obra del escritor uruguayo, por quien Díaz Mindurry tiene especial predilección.

EL MAL-DECIR DE LILIANA DÍAZ MINDURRY

La concepción de Díaz Mindurry es notable porque no se dirige a la euforia de la palabra sino a los tormentos que esta encierra por haber sido segregada, expulsada o silenciada. Si bien se podría decir que es una ironía buscar en la ficción los enfoques verídicos de las lenguas, es una indagación que Díaz Mindurry hace perfectamente demostrable en La maldición de la literatura. Todos los escritores que examina son dueños de una voz que insiste en el Mal-Decir. Incorporan a propósito la anarquía, la intimidación, la infamia, para localizar, a cambio, elementos de orden, coherencia, paz, dignidad. O, como dice, Žižek para fusionar dos modelos contradictorios: lo abyecto con lo que él llama lo real Real. Aunque el género humano está impedido de aprehenderlos por su propia diferencia, debe transitar por estos opuestos para llegar a una pálida reflexión de la verdad (37-43). 

La significancia del Mal-Decir en los escritores seleccionados por Díaz Mindurry es que “desfasan” el lenguaje por iniciativa propia y a sabiendas de las dificultades:

[…] la palabra literaria los saca completamente de sí mismos. Escriben como otros, son otros, saltan a mundos, orillas y bordes, que no son sus mundos, orillas y bordes, aunque supongan analizar su experiencia de vida. Es algo que está completamente fuera de ellos y no saben ni adónde se dirigen ni porqué, aunque inventen prolijas historias ambiguas o poemas falsamente filosóficos. Van adonde no quieren. 

Los escritores del Mal-Decir entonces deben atreverse a todo desde crear dudas: “la culpa original es una transparencia perdida que quizás nunca  existió”; derrocar la soberanía del amor y archivarlo como instantes en “un exilio voluntario”; hasta enfrentar el miedo capital o la contingencia de “que no haya habido jamás un Verbo, un Fiat lux”. Para tales afanes han de  recurrir a todas las versiones retóricas imaginadas e incorporar no solo lo no dicho sino estar conscientes de que su literatura representa algo más grande que su creatividad: “Tampoco la obra literaria es del escritor, porque esta edificada en el espesor de un Mal-Decir, de una lengua babélica que no es de nadie, que no dice, y que es el reflejo de la ausencia y el certificado de la irrealidad”. 

Usar la palabra para cercar el miedo es asimismo principal en la conjetura de Díaz Mindurry. Precisa, no obstante, que el desenmascaramiento del horror sobrepase el dualismo cartesiano: mundo material (res extensa) y mundo  espiritual (res cogitans) o plataformas como la concebida por Horkheimer y Adorno, que instaron a la abolición del temor para convertir a los hombres en amos (15). Lo que requiere Díaz Mindurry es ver cara a cara el caos, a pesar de la turbación que imponga esta experiencia. 

  En su interpretación de trabajos literarios específicos, Díaz Mindurry apunta asimismo a ciertas características intrínsecas del Mal-Decir: en Proust es una palabra desconcertante que: “sin angustiar, muestra un rompecabezas de imposible unidad”; en Rimbaud es “lo reservado e involuntariamente revelado”; en Orozco es “tocar el sacrilegio”; en Onetti es “contar un cuento y descontarlo hasta el vacío”. Lo fundamental es manipular la palabra literaria para aproximarse a cualquier enigma. Inclusive: “transmutar la maldición del Génesis […] deja[r] de ser un vacío, una mezcla amorfa”. O, como dice, Nausbaum reorganizar las creencias con otros juicios: 

 

[…] podemos imaginar un Dios omnipotente que siente compasión por el sufrimiento humano pese a la total diferencia de sus posibilidades. Muchas tradiciones religiosas han sabido que imaginar requiere un cuerpo limitando así las maneras en las que Dios puede imaginar el sufrimiento humano. (Según Tomás de Aquino, por ejemplo, Dios [el padre] puede formar los conceptos en cuestión, pero sin imaginar los detalles concretos). (68) 

Del mismo modo, es importante para Díaz Mindurry aludir que en la literatura del Mal-Decir es donde radica también la belleza del texto: “No hay pensamiento de vanguardia que no sea poético. Incluyo a Galileo, a Marx, a Freud, hasta a Jesucristo, para hacer una lista anacrónica […] Son pensamientos poéticos, porque no van siguiendo una línea de orden sino de ruptura”.  Nicholson repara lo mismo en Orozco: “I would argue that the genius of Orozco’s poetry is that it deftly negotiates the line between the personal and the universal, between subjective anguish and detached contemplation” (73). 

Por otro lado, no se puede obviar la violencia y crueldad que debe abarcar el Mal-Decir, a lo que Díaz Mindurry contrapone la violencia creativa: “Las palabras si no son dinamita y producen esquirlas en el cerebro, no producen efecto poético. Fuerzan su significado y, lo mejor, fuerzan el pensamiento, lo acercan a sus límites. Nada de Ley, la poesía es gracia pura. Es revolución sin demagogia”. Descentrada por elección como los escritores considerados, Díaz Mindurry  elucubra “la posibilidad de un agujero-negro en el entramado de palabras [que] es una respiración, un misterio que salva […]”. Los japoneses denominan a este atenuante Daigo, una gran ilustración que exclusivamente se alcanza cuando se entiende su opuesto: el Fugo, en toda su magnitud. 

Conclusión

El acercamiento al misterio humano ha sido tratado profusamente pero de forma parcial. Díaz Mindurry propone unificar tales nociones y logra una originalísima recopilación del reverso de la palabra literaria de múltiples escritores. Esto es, el lenguaje del silencio inexorable, de los temores, de la nada. Al recrear tales postulados, la praxis de los escritores del Mal-Decir y de la revisionista del Mal-Decir –Díaz Mindurry– cumplen su cometido. La compilación de la autora universaliza los discursos puesto que no va dirigida a un sector de la élite literaria sino a todo lector que encuentre en sí mismo repercusiones de lo leído: “El lector hace la catarsis. El lector ve todo ese exacerbado Mal-Decir y empieza a sentirse bendecido por la belleza nacida del sufrimiento. Ve su propio sufrimiento, puesto en palabras por otro. Entra en un desesperado solipsismo, pero también sale de él. Ve que las palabras valen por su tiniebla […]”. La maldición de la literatura por lo mismo se constituye en un ambiente insólito, apasionante, conmovedor. 

Dice White que toda narración que involucre códigos históricos debe percibirse como parte de los eventos y no ser incluida artificialmente por la destreza del escritor (19-22). En este historial del Mal-Decir, Díaz Mindurry ha glosado creaciones literarias que han optado por la: “violencia en el lenguaje, torsión de la gramática, aumento en progresión geométrica del íntimo Mal-Decir de nuestra comunicación cotidiana […]”. Una literatura que transforma y vivifica la palabra pues la aproximación al silencio y a la forclusión del pavor, nos aconseja esta extraordinaria escritora, son primordiales para contemplar el abismo en toda su entelequia.

 


Obras citadas

 

Bajtin, Mijail. Estética de la creación verbal. México DF: Siglo Veintiuno, 1999.

Nausbaum. Marta C. El ocultamiento de lo humano. Repugnancia, vergüenza y la ley. Trad. 

Gabriel Zadunaisky. Buenos Aires: Katz Editores, 2006.

Horkheimer, Max y Thoedor Adorno. Dialéctica del Iluminismo. Buenos Aires: Ed.  Sudamericana, 1987.

Nicholson, Melanie. “Olga Orozco and the Poetics of Gnosticism”. Revista de Estudios Hispánicos  35 (2001): 73-90.

White, Hayden. The Content of the Form: Narrative Discourse and Historical Representation. 

Baltimore and London: The John Hopkins University Press, 1990.

Žižek, Slavoj. On Belief. London & New York: Routledge, 2001.