Reseña de “Pequeña música nocturna”

Por Gabriel Guralnik

Uno comienza a leer “Pequeña música nocturna”, y desde las primeras páginas descubre un mundo del que ya no quiere volver a salir hasta el final. Lo primero que atrapa es la música. Música de voces múltiples, contrapunto que va del centro a los rincones de la página, de la letra hacia la imagen y el sonido. Y la trama, que, bajo el misterio que se desliza hacia un clímax de final inesperado, combina imágenes, personajes y situaciones donde nada es lo que parece, porque todo es más de lo que parece. Como todo lo grande, la historia cautiva por su aparente simpleza. Dos niñas viviendo sus últimos meses de la escuela primaria, un tío que es casi el antihéroe de un policial negro, un relato dentro del relato que conduce a profundidades que nadie, en este tiempo de falsas libertades, de corrección obligatoria, parecía capaz de narrar. El hotel La Adormidera, donde todo es posible, la aventura en una Zona que Tarkovsky se habría deleitado en filmar, el relato que vuelve en otra zona del tiempo. Y cuando todo parece llegar a su fin, es cuando recién comienza.

Acaso sea esa estructura recursiva del relato (un juego de cajas chinas, diría el saber popular), de una recursividad que, como el lenguaje, no tiene condición de fin (y entonces se vuelve juego de espejos), lo que mantiene al lector al borde de la silla. Literalmente, como si Tarkovsky se transformara, por obra de la literatura, en un Hitchcock de trenes desbocados y relojes invertidos que rasgan cada espacio de la Zona. En efecto, el ritmo es vertiginoso. Un ritmo donde la visión repetida del cuadro de Dorotea Tanning que da nombre a la novela, en el hotel donde dos niñas parecen sufrir el ataque de una extraña flor, se alterna con la música de Mozart que también da nombre a la novela, y en giros impensados lo extraño –que irrumpe una y otra vez, sin tener que nombrarlo- transforma a la flor en víctima, y a Mozart en autor del cuadro, y en música a las pinceladas de Tanning.

Como en “El señor de las moscas”, la inocencia infantil queda reducida a su verdadera dimensión de mentira moderna. Como en “El retrato de Dorian Gray”, la moral costumbrista queda reducida a su verdadera dimensión de constructo. Porque en la pequeña música, que siempre es nocturna, resuena un deseo ancestral, el impulso anterior a la tribu y a la ley, más allá de la línea donde la cultura pone el límite. En un juego de afirmaciones y negaciones, como los casilleros blancos y negros del ajedrez, Liliana Díaz Mindurry devela el misterio del futuro con las palabras, como si fuera un juego simple, que sólo con atención permite entrever que uno no es quien juega, sino la pieza. Y lo simple revela su verdadera transgresión, el Canto Quinto del Dante traído desde el infierno hasta nuestro mundo, del que nunca debió haber salido, porque es aquí donde ese castigo del deseo se prolonga hacia la eternidad.

 

Angeles Brantés y Carmencita Bermejo (así, con diminutivo) están a punto de entrar en la adolescencia. Hay entre ellas una engañosa relación de amo y esclavo, que la escritura de un diario volverá paradójica. La batalla se dirime en esa paradoja de nombrar lo inexistente, eso que al ser nombrado acaso cobra existencia. “Pequeña música nocturna” logra aquello a lo que aspiran las grandes obras literarias: que el nombrar otorgue la existencia. Que la palabra sea eso, creación y acercamiento desde la distancia infinita, impuesta desde antes, impuesta desde siempre al silencio. Que nombre lo inexistente voluntario, lo que el espanto de la vida cotidiana desterró más allá de la nada, más allá de lo extraño. Lo que el deseo transformó el condena. La poesía.

Toda época tiene sus tabúes y sus miedos, sus estigmas y sus prohibiciones. Esta época, de pensamiento correcto obligatorio, de puritanismo disfrazado de libertad, encierra más miedos y tabúes, más estigmas y prohibiciones que muchas épocas menos hipócritas en su discurso de falsa tolerancia. En esta época en la que quienes antes defendían su ser diferente corren a festejar la uniformización, y a quienes deberían unirse tras un mismo objetivo se les enseña ser diversos; en esta época de falsos “me gusta” y amable violencia del olvido, de redes sociales y electrónicas que domestican la palabra por el simple procedimiento de tratarla como si de la pesca del día se tratara, sólo desde la poesía, sólo desde lo extraño se puede cuestionar la parodia de libertad.

Por eso, no sorprende que haya quien apele a términos demasiado familiares para calificar la relación entre Angeles Brantés y Carmencita Bermejo (así, con diminutivo), dos niñas a punto de entrar en la adolescencia. Atrocidad, perversión, mentira, locura, inocencia. Términos precisos, pero que remiten, de nuevo, al corsé de nuestra libertad obligatoria. La literatura no puede conocer límites. Tiene que desafiar, y estar dispuesta a hacerse cargo de las consecuencias del desafío. Tiene que cruzar todos los límites, incluso aquellos que aceptamos, de a ratos, que existan. Porque si no lo hace, si se queda de este lado, no termina de ser literatura, sino una combinación más o menos ingeniosa de palabras, un ejercicio de corrección estilística que no agrega nada importante al mundo.

 

 

Después de mucho tiempo de buenas novelas, de excelentes escritores, Liliana Díaz Mindurry produce, con “Pequeña música nocturna”, un giro transgresor que otros no han querido, o no han podido imaginar. Produce literatura.

Leve pero apasionada reseña al mediodía.

Pensé escribir unas líneas en tercera y profesional persona sobre la novela Pequeña Música Nocturna, con la que acaba de iniciar su pujante camino la editorial  Huso.  La narradora argentina Liliana Díaz Mindurry ha logrado que su libro no sea simplemente un texto admirable, una historia rica en matices, contada con notable eficacia.
   La primera pista fue al escuchar en la repleta y amena tarde de la  presentación del libro, que la autora era heredera confesa de Onetti . Tengo una debilidad especial por el gran escritor uruguayo.  Hace poco saqué dos veces seguidas de una de las bibliotecas que nutre mi vida madrileña Cuando entonces, uno de los últimos que publicó el autor de El astillero.  Me gustó que a la tercera búsqueda y latente relectura el ejemplar no estaba. Otra persona estaría degustando de esa prosa labrada con una mezcla única de exquisitez y rudeza. Comprobé que somos más de los que se supone los que seguimos a Onetti. Y recordé la lectura –también de biblioteca pública pero esta vez la de Murcia- de ese ensayo en el que Vargas Llosa derrocha sabiduría pero también una rara humildad ante la magia creadora del uruguayo.
    Díaz Mindurry tiene poderosa voz propia y es uno de los casos en que he palpado con mayor nitidez eso que se suele llamarse con insistencia -y no siempre con la profundidad que merece-  subjetividad femenina. La lección de Onetti está integrada, se torna casi invisible por lo hondo y orgánico del aprendizaje.  La escritora lleva –como su maestro- lo paradójico a niveles de una agudeza extrema. No se trata de los fuegos de artificio o las frases felices que a casi todo literato de talento de mediano hacia arriba suelen brotarle con relativa frecuencia.  Hay aquí verdaderos hallazgos a partir de un realismo de trasfondo, de una pupila puesta en el reverso de lo cotidiano. 
    Las descripciones de los personajes y los lugares portan también esa eficacia cruda, casi dolorosa. Veamos  ejemplo: “ La boca, un agujero para que entre la comida, casi una reproducción del otro donde volverá a salir”. (pág. 35)
   La vocación definidora –nada retórica, fluida y dicha como al pasar- regala momentos en los que el lector encuentra su propia visión pero es una de esas  ideas que ha preferido callar por poco correcta, por demasiado real para un mundo que suele premiar lo más rosado y simple. Al menos yo no descarto que los lujuriosos sean de cierta  forma “gente que se enamora mucho, con demasiada fuerza”. (pág.41).
    Invito a la lectura de Pequeña Música Nocturna  y lo hago deteniéndome en un momento de esta espléndida novela en el que la mirada que narra junta sobre la mesa de   un cuarto de ese inolvidable hotel La adormidera,  al Arte con una guía para turistas y un listado telefónico. Y se lee: “… los ojos que buscan descansar en la mediocridad, fuera de lo inesperado o impensable.” (pág.78)-
   No me resisto a parodiar las brillantes líneas. La editorial Huso nos proporciona con este libro la oportunidad de escapar de la mediocridad, de asistir al descubrimiento de la sexualidad; a los años de formación intelectual y sentimental de las protagonistas por ángulos a ratos terribles pero siempre insospechados.  Leer Pequeña Música Nocturna es un acto placentero pero  además se trata de una opción bien distinta a consumir las “verdades”  casi siempre recalentadas o romas de la política y la publicidad.  Diferente también de la chata velocidad de los mensajes que cuelgan del útil pero no único universo de nuestro teléfono móvil.


Amado del Pino.
Madrid, mayo de 2016.
  

“Pequeña música nocturna”, una lectura que se convierte en tatuaje.

Esta “Pequeña música nocturna” de la singular y sin duda excepcional escritora argentina, Liliana Díaz Mindurry, viene a sumarse a otras dos obras de arte del mismo nombre, la tan conocida pieza musical “Pequeña música nocturna”, de Wolfgang Amadeus Mozart, y el cuadro de la pintora surrealista Dorothea Tanning, “Eine kleine Nachtmusik”, menos conocida lamentablemente, a pesar de ser una de las mejores exponentes del surrealismo pictórico. Música, pintura y para que no le falte ningún vértice a este triángulo de las artes, ahora literatura, con esta obra que entabla un acertado diálogo con las otras dos, de forma y de fondo.  

“Pequeña música nocturna” fue clara merecedora en 1998 del Premio Planeta América del Sur, pero, inexplicablemente, nunca se publicó de este lado del Atlántico. La editorial Huso, acaba de remediar esta carencia para dicha de los lectores españoles y lo hace ofreciendo un libro de tan buena factura, que trasciende su condición de soporte para convertirse en un objeto de deseo. 

Liliana Díaz Mindurry dice: “Me gusta escribir novelas experimentales que resulten de lectura sencilla donde un lector puede estar leyendo un primer escalón y estar cómodo allí.” Eso mismo es lo que nos ofrece en su novela: un primer escalón de trama sencilla, que cuenta, con un lenguaje exquisito, los fantasmas de la pubertad de dos niñas en la frontera de la adolescencia: Ángeles y Carmencita.

Pero esta declaración de la propia autora nos indica que tras ese primer escalón o nivel narrativo, donde el lector puede transitar sin dificultad y cómodamente, tienen que existir otros escalones, otros planos o incluso, quizás, otras dimensiones que ella ha planeado y dispuesto. Esos otros escalones, en efecto, están aquí presentes, pero tan bien engarzados y disimulados en la fina armadura que sustenta la narración, que parecen estar trazados con tinta invisible por debajo de la letra impresa, aunque todo está urdido para que se puedan detectar. Empieza entonces para el lector la aventura de escalar y revelar aquello que no revela expresamente la trama. Y ese juego nos crea una fascinación de la que resulta difícil escapar. 

Liliana Díaz Mindurry nos adentra en su “habitación 207” del “Hotel La Adormidera”, esa habitación cerrada del cuadro de Dorothea Tanning, que desprende aún más misterio que el extraño pasillo donde unas niñas junto a un girasol gigante parecen arrancadas por los cabellos hacia un torbellino dantesco, que planea por toda la novela, como representación de la lujuria en la Divina Comedia (canto V).  Ahí, escondidos debajo de la cama, o detrás de la cerradura, o disfrutando en la última fila del teatro de la escuela, o en el asiento de atrás del coche de Marcel, el tío bohemio y pintor, pero siempre con una tensión, mezcla de inquietud y culpa propia del voyeur, la autora nos fuerza a transgredir la advertencia de Carmencita y leer su diario, arriesgándonos a que se cumpla la maldición de la locura que anuncia. 

Díaz Mindurry nos pone en estado de hipnosis, enajenados, con una dulzura inocente, diluyendo en nuestro cerebro la poesía perturbadora del erotismo incipiente de las protagonistas, y nos conduce en estado de absoluta seducción hasta un final que de golpe trastorna, con la contundencia de un trauma súbito. Todo estalla de pronto a la luz de la insospechada verdad. Y entonces, al igual que un boomerang, el lector recorre de vuelta, como en un vértigo, toda la historia, como un sabueso que necesita saber dónde se encuentra el engaño y olfatea las palabras, en un afán de desnudar la trama para desvelar su encaje y la trampa que encierra. 

 

Y es que “Pequeña música nocturna”, no solamente nos entra por los oídos, a través de la musicalidad de su prosa y su ritmo narrativo tan personal, y por los ojos, ya que la autora evoca otras obras de Dorothea Tanning a lo largo de la historia, sino que se introduce dentro de nuestro cerebro, por otra puerta, la del lenguaje que produce sueños, irrealidad, subconciencia, ficción que trastoca y trastorna, envolviendo al lector en un vuelo erótico y poético para llevarlo mejor a esa médula indecible que diluye lo real y que llamamos arte.  

Pequeña música nocturna nos habla en definitiva de “la alegría de sabernos cada vez más irreales”. Una lectura que se convierte en tatuaje.

 

Alejandra Trujillo 

Periodista independiente y traductora

 

LILIANA EN EL PAÍS DEL DESASOSIEGO
 

Toda narración nos lleva a un mundo. Todo narrador tiene un mundo suyo; a veces, varios, uno para cada relato. Lo primero, un cosmos propio, pedía Eugenio D’Ors a los artistas plásticos. Liliana tiene el suyo, y lo desenvuelve de manera inquietante en Pequeña música nocturna.
 Inquietante. ¿Para qué están la narrativa, la poesía y la música sino para inquietar? El entretenimiento no es condenable, pero siempre es insuficiente. Y no inquieta quien quiere, sino quien vive en un mundo para inquietar, y te hace penetrar en él.


 Así, Liliana Díaz Mindurry en Pequeña música nocturna.
 
No hay que exagerar, ¿verdad? Sin embargo, me arriesgaré: no sales incólume de la lectura de Pequeña música nocturna, de la porteña Liliana Díaz Mindurry. El terror sale de un cuadro, sale de unas cartas, sale de un diario, sale de un hotel y, como siempre, sale de una, dos familias. La familia es el infierno. Ahora bien, fuera de ella, no hay salvación. Es como el capitalismo. La narración, doble o triple, es compleja y muy elaborada. Puede decirse que hay una primera parte muy irreal, o surreal. Domina la atmósfera de la iconografía de Dorothea Tanning, pintora cuya longevidad ayudó mucho a la permanencia de una sensibilidad surrealista basada en el dibujo. No hay realidad en esos cuadros, aunque haya niños, muebles, sugerencias vegetales, objetos. No la hay apenas en la narración, cargada de niños. Pero el realismo espera  a la vuelta de las esquinas del relato, por la fuerza de las cosas.  
 
La parte irreal o surreal lleva el dominio de la rubita Ángeles. Se impone, es insuperable entre sus iguales, oculto su poder para monjitas y familia de aquel hotel (¿misterioso?). Más tarde se impone el realismo, y entonces Angeles recula, retrocede, teme, es humillada y ofendida, expulsada. Y, sobre todo, engañada por quien ella menos pudiera esperar, la más allegada y la más sometida.
 
No debería sorprender la historia paralela (o derivada) en la que la propia autora se implica episódicamente; esa pareja que acoge a Ángeles, que anota, que escribe, que imagina, que especula, que enloquece, quién sabe, que siempre se expresa con notas a pie de página y letra mínima que te obliga a forzar la vista, bien puede ser la familia-víctima de un arte del dominio y la tortura que el personaje perfeccionó con el tiempo y que por fin pudo poner en práctica de destrucción. Ya que le falló con aquellos en tiempos en que Pierrot fue, como siempre, el muerto. Aunque Marcel parecía ser cualquier cosa menos Pierrot, y la engañada es Angeles y los engañados somos los lectores. Cuidado con lo que se sugiere aquí como para reventar historias, eso que ya sin remedio se llama spoiler. Pero los misterios de ese hotel pintado, y aun así imaginado, y aun así fingidor, van más allá de desvelar el hilo de tal o cual trama. Al final, no hay revelaciones, sino todo más preguntas: ¿Angeles –o bien Demonios-, quién eres, qué eres? La autora finge desvelarnos un misterio, pero nos propone el mayor: qué fue de Angeles, qué de Laura. La sed de respuestas las calma cualquiera, es detection, es policial; mas el afán de preguntas pertenece a un nivel más elevado. No pregunta quién quiere, sino quien de veras tiene preguntas.
 
Los que escribimos siempre deseamos que de nuestro manuscrito salga un libro así. Así de bien hecho, así de bello, con esa caja, esa letra y una imagen así. El libro, que es objeto, sigue siendo persona con la que tener relaciones (eróticas, cuáles si no). El libro como objeto de deseo es un libro como éste. Lo deseamos. Antes de leerlo. Después de haberlo leído, mucho más. Y no nos lo impide la inquietud. La inquietud se mezcla con el deseo del libro.
 
Basta. Debo terminar. O acabaré escribiendo cartas de amor a Liliana y a la editora de este libro. Cartas de amor y desasosiego.
S.M.B.
 

 

 

 

REFLEXIONES DE LA AUTORA. "PEQUEÑA SERENATA NOCTURNA"

"Angeles guardianes", cuadro de Dorothea Tanning. Muchos cuadros de ella me inspiraron fragmentos de mi libro "Pequeña Música Nocturna". Por ejemplo éste:

"Merce pregunta por los ángeles guardianes: si duermen debajo de la cama o dónde es el lugar que eligen para esconderse. Nadie le contesta. En el costado, las formas grasas de Zelmira retiran las bandejas.
-En el sueño venía el ángel guardián para librarme de eso –sigue Merce con su tono insaciable y sin gracia-. Salía de debajo de la sábana. Me quería llevar con él y yo no quería. Parecía un pájaro blanco muy feo. Yo no quería nada ir con él. Lo expulsaba".

En este fragmento escrito por el personaje Angeles en su cuaderno se menciona todo lo que he posteado de los diversos cuadros, y se alude al personaje que será el perro Minos, nombrado así como el juez del Infierno en la Commedia de Dante, texto que se entrelaza con Pequeña Música Nocturna.

“El Hotel La Adormidera es una zona de esas que son malas y una no puede entrar y las monjas te dicen que es pecado. Una pintora (se llama Dorothea y vive en Norteamérica) lo ha pintado en su verdadera realidad. Porque hay una verdad que no es verdadera y en esa verdad las cosas son lo que parecen. Enfrente, vos ves unas casas comunes como la casa donde vive la familia Patiño. Pero esas casas están sobre peñascos invisibles. Hay una estatua que vos te pensás que es Sarmiento, Belgrano o San Martín, pero en la realidad verdadera es una sirena, que es alguien, una tipa, digamos, con cuerpo de pescado. Los balcones están por romperse y no hay que asomarse porque te hacés puré de zanahorias. En la fachada Dorothea ha pintado “Hôtel du Pavot”, que no es el Hotel del Pavote sino que significa Hotel La Adormidera. Está en una esquina y adentro se oye la pequeña música nocturna (de Mozart). Allí vive una flor malísima que ataca especialmente a las niñas, esa que está en otro cuadro de Dorothea. Es una flor masculina, las ramas quieren meterse adentro de una, entrar cada vez más rápido hasta que una grite y no le quede más voz y que te salgan de allí ríos calientes. La flor se deshoja porque hay muchos huracanes que soplan en los pasillos del hotel. Después los pétalos le vuelven a crecer. Los pasajeros que se alojan en el hotel son fantasmas. Los dueños tienen una mirada que es capaz de derretirte en contados segundos, volverte manteca, crema, pis. Así son las caras de A y B, los dueños. B es flaco y tiene pozos en cada ojo. Te atrae y sólo soñás estar debajo de él o que te levante en brazos hasta la altura de su boca mientras el cuerpo se te quema. El pelo de A, su esposa, se cae por los balcones y se parece a las llamas. También habita C, un enano feísimo. Hay un perro que vigila. Si una arranca pedazos de empapelado pueden aparecer pecados, cuerpos desnudos y todo eso. Del Hotel La Adormidera sale una peste que contamina la Zona. En esa peste una no puede más que pensar en B. Y si sale de la Zona, contaminará el resto de la ciudad, y Buenos Aires desaparecerá del mapa. Por eso los peñascos, para defenderse”. (Pequeña Música Nocturna)
Dorothea Tanning: "CUADRO VIVO"

"Palaestra", cuadro de Dorothea Tanning. Muchos de estos cuadros me inspiraron fragmentos de "Pequeña Música Nocturna". Por ejemplo éste:

" Piensa en un látigo. Alguien con un látigo. Sueña con uno de los cuadros de Dorothea. Angeles y otras compañeras de grado, Mariela González, Inés Patiño, Lydia Satelier, María Luisa Lucero, están unas sobre otras en una habitación vacía del Hotel La Adormidera. Las paredes son muy rojas. Arriba de todas, Merce, muy frágil, reza. Está desnuda. Reza: "bentidatúeresqueestásenloscielos. El fantasma de Carmencita –una sombra con su silueta- ha tomado un látigo y Angeles sabe que va a descargarlo sobre el grupo que gime de dolor y gozo".

Este cuadro "Habitación de amigas" me hizo pensar en Angeles, Carmencita y su muñeca Lulú, y hasta me hizo concebir el pequeño José "ese enano feísimo"

"Para vos escribo Lulú, mi muñequita. No sé si estarás en el cielo. Las muñecas no van al cielo" ("Pequeña Música Nocturna")

 

También en mi novela Pequeña Musica Nocturna hago interxtualidad con el Canto V de la Commedia dantesca. En El Infierno las almas lujuriosas vuelan en el huracán de las pasiones y Dante habla con Francesca Da Rimini que cuando leía historias de Lanzarote y la Reina Ginebra fue besada por su cuñado Paolo y luego fue matada por su marido Giovanni Malatesta yendo al segundo círculo del Infierno, volando en los huracanes. Dante Gabriel Rosseti los pinta.

"Amar es el infierno. Dios es deforme.
Cuando uno ama un viento se lo lleva a uno. Se grita como las grullas. No hay esperanza. Eso le dije a mi tío.
Vimos un dibujo con la gente que volaba y le dije que parecían ángeles. El se quedó pensando. Luego dijo que era posible que eso se pareciera a una imagen del cielo.
Dijo: Es que el amor es un paraíso infernal"
(PEQUEÑA MUSICA NOCTURNA)

 

"Merce cierra los puños y aprieta los ojos: hace fuerza para dormir. Cierra los puños para apresar el sueño.
-No. Así no. Tenés que estar tranquila. Todo tranquilo para que venga el ángel guardián. Entonces el fantasma se asusta y se va.
-Pero el ángel guardián también es malo. Es un águila y me quiere llevar para picotearme. No sé qué quiere hacerme –dice Merce lloriqueando.
-Un ángel de los buenos. Porque el fantasma también se viste de ángel.
-¿El fantasma es la Cosa?
-Sí, es la Cosa. Y no hay que dejarla entrar. Tenés que rezar todo el rosario con los ojos cerrados. Si los abrís, el ángel se va y entra la Cosa". (Pequeña Música Nocturna)

Estos párrafos inspirados en el cuadro "Interior" de Dorothea Tanning.

 

En este fragmento de mi novela Pequeña Música Nocturna hablo de muchos cuadros de Dorothea Tanning, por ejemplo
de Eine Kleine Nachtmusik (Pequeña Música Nocturna) que aparece como tapa en la edición de HUSO pero también de otros que puse en esta página "Retrato de familia" y "Angeles Guardianes". Pero especialmente de "Hotel du Pavot" (Hotel La Adormidera") y de "Juegos de Niños" que son las dos partes de mi novela.

"El cuarto de Marcel es una habitación sobria, calculadamente discreta, un poco envejecida, donde nada turba el secreto o la timidez de los muebles, lo que desencanta a los ojos del tigre que espera la selva. Marcel saca unas reproducciones de una carpeta. Son fotografías de cuadros de Dorothea Tanning. Está el “Hotel La Adormidera” y “Eine Kleine Nachtmusik” que representa una flor que avanza por los pasillos y ataca a dos niñas cuyas ropas se desgarran. Una es morena y tiene el pelo erizado. La más alta, la rubia, está apoyada sobre una puerta con los ojos cerrados y expresión de placer doloroso.
-Ustedes dos aquí en el hotel, sonríe Marcel que huele un polvo blanco a escondidas y eso Angeles lo ha descubierto.
Angeles se sobresalta: esa eternidad semimuerta que flota en el cuarto, en las reproducciones, en los movimientos de Marcel. Después ven otros cuadros de Dorothea Tanning, el de las niñas que arrancan pedazos de empapelado donde asoman vientres desnudos, el de las niñas que comparten la habitación con una muñeca, un enano y un fantasma, el del grupo de niñas subidas unas sobre otras formando una columna y castigadas por una niña espectral con un látigo, el de los espantosos ángeles guardianes debajo de las sábanas, el de la niña que se esfuerza por cerrar la puerta a un monstruo. Y un pequeño perro mil veces pintado, bailando con las niñas, inocente y feroz".

"Merce cierra los puños y aprieta los ojos: hace fuerza para dormir. Cierra los puños para apresar el sueño.
-No. Así no. Tenés que estar tranquila. Todo tranquilo para que venga el ángel guardián. Entonces el fantasma se asusta y se va.
-Pero el ángel guardián también es malo. Es un águila y me quiere llevar para picotearme. No sé qué quiere hacerme –dice Merce lloriqueando.
-Un ángel de los buenos. Porque el fantasma también se viste de ángel.
-¿El fantasma es la Cosa?
-Sí, es la Cosa. Y no hay que dejarla entrar. Tenés que rezar todo el rosario con los ojos cerrados. Si los abrís, el ángel se va y entra la Cosa". (Pequeña Música Nocturna)

Estos párrafos inspirados en el cuadro "Interior" de Dorothea Tanning.

 

Hay dos cuadros de Dorothea Tanning que se llaman "Hotel du Pavot" (Hotel La Adormidera). El primero que pintó es este que pueden ver aquí. La instalación con ese nombre está más abajo en otro posteo de esta página.

"- ¿Sabés que hay un cuadro de una pintora norteamericana que se llama "Hotel La Adormidera" en medio de la pequeña música de Mozart? ¿Sabés que es un hotel como este en una esquina y frente a una estatua? ¿Sabés que adentro del hotel hay una flor carnívora que ataca en medio de la pequeña música de Mozart? ¿Que hay desnudos debajo del empapelado? ¿Sabés que los balcones están a punto de caerse y que las casas de enfrente están sobre peñascos invisibles tal vez para defenderse de la flor y su peste?"

Aquí se ve mejor "Juegos de Niños" nombre de la segunda parte de mi novela "Pequeña Música Nocturna"

"niñas que arrancan pedazos de empapelado donde asoman vientres desnudos"

En el diario de Carmencita dice: "Y que debajo del empapelado hay cosas que no se pueden decir aunque yo arranqué parte del empapelado y no vi nada" (Pequeña Música Nocturna)

 

Dorothea Tanning tiene un mundo de sueños que me inspiró mi novela "Pequeña Música Nocturna"


SOBRE LA EDICIÓN

“Amar es el infierno. Dios es deforme. 

Cuando se ama, un viento se lo lleva a uno. Se grita como las grullas. No hay esperanza. Eso le dije a mi tío.

Vimos un dibujo con la gente que volaba y le dije que parecían ángeles. Él se quedó pensando.

Luego dijo que era posible que eso se pareciera a una imagen del cielo. Dijo: Es que el amor es un paraíso infernal.”

Liliana Díaz Mindurry, Pequeña música nocturna.

 

Esta es la historia de un juego especular, de miradas y también de mirados. Una novela en cuyo cuerpo principal se narra la historia de Ángeles Brantés, la protagonista –“que más que Ángeles tendría que llamarse Fieras Peligrosas, no acercarse, cuide a sus niños”-. La de Carmencita Bermejo –“así con diminutivo”- y su voz “con algo de terciopelo roto” y su diario de lectura prohibida, “álbum celeste”. La historia de dos adolescentes que juegan en los lábiles límites del deseo, que se mueven entre la fantasía y la realidad. Historias que entroncan con la del tío Marcel, pintor y alcohólico y cocainómano “y con otros vicios peores”. También, y como en una novela dentro de otra, la historia de una mujer de unos cuarenta años que le cuenta a una pareja de literatos su experiencia sexual cuando tenía catorce y en cuya relación aparece la propia autora como personaje. La historia de un lugar, el “Hôtel du Pavot”, es decir, del “Hotel La Adormidera”. Un lugar “donde todos mienten y se mienten a sí mismos” a través de un vertiginoso viaje carnal, como en las pinturas de Dorothea ­Tanning y las del tío Marcel, “de agonías y delicias extremas”.

Sin cortapisas, con la agudeza que le es propia y una prosa acabada a la par que experimental, Liliana Díaz Mindurry se adentra en un erotismo doloroso, tenso. Explora los fantasmas de la adolescencia, la angustia -el miedo y el deseo erótico-, se sumerge en la manera en que viven el sexo los adolescentes. En los juegos infantiles y la intensidad de las pasiones mórbidas. En la ambigüedad de las emociones y las verdades de la carne. 

Cartas, anotaciones, fragmentos de diario y otros testimonios escritos por los propios personajes hacen de Pequeña música nocturna un relato múltiple donde el lector resulta asimismo un voyeur atrapado por los accidentes de una narración cuyo interés no decae. 

      Elena Soto

 

presentación_

Que la idea de la belleza no es una idea pura y también de su íntima alianza con el placer carnal, informaba, en el arranque mismo del siglo XX, el simbolismo iconoclasta de Rémy de Gourmont. Casi cien años después y como brotada de ese mismo sedimento simbólico, Pequeña música nocturna de Liliana Díaz Mindurry, se nos ofrece deudora de esta tradición y del germinal encuentro de poesía y caos como fundamento de su literatura. Una novela igualmente nacida de una obsesión, más exactamente de la pasión, de la vehemencia de su autora por el surrealismo pictórico de la norteamericana Dorothea Tanning (Galesbourg, Illinois 1910- Nueva York, 2012). 

Pequeña música nocturna, obra con la que Huso comienza su andadura editorial, es claro empeño y deuda con una de las escritoras vivas más fructífera y de reconocida carrera literaria en el ámbito contemporáneo de las letras europeas y latinoamericanas. Autora de novelas, ensayos, varios libros de poesía y otros tantos de cuentos – la suma de los publicados hasta la fecha es de veintidós títulos y muchos cuentan con traducciones en francés, inglés y alemán-, Díaz Mindurry arriba ahora por primera vez a España con esta, su Pequeña música nocturna, constituyendo a un tiempo la primera publicación que Huso pone en manos del lector. La novela que en 1998 mereciera el prestigioso premio Planeta (Buenos Aires, Biblioteca del Sur) y que fuera publicada dos años después con el título de Natchmelodie por VGS Köln.

Estudiosa de la literatura de Juan Carlos Onetti - de quien ha escrito el epílogo para sus Obras Completas (Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2005)-, autora del cuento “Onetti a las seis” llevado a la escena teatral por Hernán Bustos junto con “Un sueño realizado” del propio Onetti, voraz lectora  de William Faulkner, admiradora de Ernesto Sábato, Cortázar y Borges, se declara absolutamente unida a una escritura como la del también argentino Juan José Saer, de su prosa trabajada y del trabajo con los puntos de vista que aquel combinaba con detalladas descripciones de los espacios y la propia acción narrativa.

Y también de jugar con los límites. Con los propios. Una apasionada de la metáfora en el límite. “Me gusta que un libro me saque de todo lo preconcebido en mí. Las experiencias de límite son las que me mueven a escribir”.

Asistimos así con Pequeña música nocturna  al descubrimiento de mundos paralelos donde se hace “danzar las cosas según sus leyes”. Las de una flor monstruosa, “invisible y trepadora”, que “es como una flor al revés, nacida de la fealdad”. De la certeza de que en lo sórdido puede habitar belleza. 

Sin cortapisas, con la agudeza que le es propia y una prosa acabada a la par que experimental, la escritora se adentra en un erotismo doloroso, tenso. Explora los fantasmas de la adolescencia, la angustia -el miedo y el deseo erótico-, se sumerge en la manera en que viven el sexo los adolescentes. En los juegos infantiles y la intensidad de las pasiones mórbidas. En la ambigüedad de las emociones y las verdades de la carne. Temas todos recurrentes en el conjunto de su obra literaria.

 

 

 Hay en su prosa giros cercanos a la música, la misma que considera la experiencia más límite de todas por moverse en el mundo de los sonidos. Y puede que de este mismo convencimiento emane la fluidez narrativa que le caracteriza. Una fluidez coral, polifónica, de voces que se entremezclan en la narración. Amalgama de relatos yuxtapuestos, en convivencia textual, pues esta es la historia de un juego especular, de miradas múltiples y también de mirados, haciendo imposible el relato lineal, sino muy por el contrario, la existencia de varias escrituras dentro de la novela.  

Es pues una historia que circula en dos planos, un relato matriz de otros relatos entrelazados. Una novela en cuyo cuerpo principal se narra la historia de Ángeles Brantés, la protagonista –“que más que Ángeles tendría que llamarse Fieras Peligrosas, no acercarse, cuide a sus niños”-. La de Carmencita Bermejo –“así con diminutivo”- y su voz “con algo de terciopelo roto” y su diario de lectura prohibida, “álbum celeste”. La historia de dos adolescentes que juegan en los lábiles límites del deseo, que se mueven entre la fantasía y la realidad. Historias que entroncan con la del tío Marcel, pintor y alcohólico y cocainómano “y con otros vicios peores”. También, y como en una novela dentro de otra, la historia de una mujer de unos cuarenta años que le cuenta a una pareja de literatos su experiencia sexual cuando tenía catorce y en cuya relación aparece la propia autora como personaje. La historia de un lugar, el “Hôtel du Pavot”, es decir, del “Hotel La Adormidera”. Un lugar “donde todos mienten y se mienten a sí mismos” a través de un vertiginoso viaje carnal, como en las pinturas de Dorothea Tanning y las del tío Marcel, “de agonías y delicias extremas”.

Cartas, anotaciones, fragmentos de diario y otros testimonios escritos por los propios personajes hacen de Pequeña música nocturna un relato múltiple donde el lector resulta asimismo un voyeur atrapado por los accidentes de una narración cuyo interés no decae. Ni aún después de terminada su lectura pues sus páginas, impregnan. Con un lenguaje directo y preciso que acaricia el misterio de lo carnal, con matices y sutilezas -en palabras de la propia Liliana Díaz Mindurry- que tocan la más encendida belleza.

Obscenidad lírica. Lascivia y dolor y fulgor en el perfume del gozo.

 

Entallada en la flor que siempre duerme, acecha en alguna parte.

 

Elena Soto

Islas Canarias, marzo de 2016


prólogo_

El arte tiende a expresar aquello que no podría nombrarse y, cuando su herramienta es el lenguaje, la palabra toma posesión del vacío y nombra lo inexistente, lo designa y le da forma; funda una verdad y la convierte en mensaje; en síntesis, crea un mundo, lo materializa y lo contagia. La ficción literaria, en su factibilidad de explotar todos los recursos del lenguaje, amenaza con dejar al lector a expensas de lo insoportable. En un mismo texto coexisten la atrocidad, la perversión, la mentira y aun la locura, en brutal contraste con la inocencia. Pero Liliana Díaz Mindurry se hace cargo de los límites y, con una destreza que obra como bálsamo, nos permite habitar ese universo con la sensación de estar escuchando una dulcísima melodía. 

En Pequeña música nocturna hay mucho más que lenguaje en su máxima tensión: la pintura y la música completan las diversas percepciones que otorga la lectura de esta novela. Además de un inmenso caudal poético, imaginativo y creativo, y a través de una acertada intertextualidad, estas páginas reescriben una belleza permanente. Allí vamos, sumergidos en la cadencia de un incomparable torrente poético, hacia otra incursión por el Infierno del Dante, representado como el verdadero infierno del corazón humano. Entonces, a la suma deliciosamente combinada de una serenata de Mozart, los cuadros de Dorothea Tanning y el pequeño diario de una niña, es a lo que me refiero cuando hablo de prodigiosa multiplicidad o, más bien, de inabarcable síntesis del arte. 

Así es que afirmo que hay libros que no solo se leen, sino que tienen el poder de convertir al lector en un espectador, absorto en todos sus sentidos y emociones, corroborando que el mundo de la ficción se construye con solidez y brillo en tanto las convenciones y las ideas son pasibles de destrucción. 

Pequeña música nocturna se estructura a partir de puertas que se abren atravesadas por la mirada del deseo. “Eine Kleine Nachtmusik”, el cuadro de Tanning, representa “una flor que avanza por los pasillos y ataca a dos niñas cuyas ropas se desgarran”: Ángeles y Carmencita desafían el ataque de la flor, el comienzo de la pubertad y las primeras manifestaciones del erotismo. Así como los pétalos de la flor se rompen, todas las estructuras vivientes del Hotel La Adormidera comienzan a fracturarse.  El mito del amo y del esclavo cobra vigencia en un juego de poderes que, en este caso, consiste en penetrar la intimidad del sometido a través de una mirada que rompe convenciones y desbarata conjeturas. Los tentáculos de la flor imponen el primer deseo y, por lo tanto, generan el miedo: es una flor que alarma, que penetra, que vulnera. La pequeña música contenida en la inocencia también se rompe y desparrama notas que se acercan a la lujuria y a la locura.

 

Entre la delicia y el horror, entre los pudores y el secreto, entre los celos y el deseo, la trama rompe con los prejuicios y nos introduce en la atmósfera de la perversión. Sin temor  de haber abusado del verbo, concluyo que, merced a todas estas rupturas, el mundo de la infancia y del desconocimiento se destruye para construir otro, más excitante, más brutal: el de la novela perfecta. 

La verdadera obra de arte es materia que se agrega a la realidad y la supera. La verdadera literatura busca superar, incluso, a la sorpresa que se desprende de la simple tragedia. Es más. Debe ser más. Debe ser, quizá, un viaje incesante por círculos paradojales que van desde la sentencia poética a la totalidad de lo narrado, un viaje durante el cual el pensamiento percibe el caos y la estética es capaz de reintegrar ese caos a la belleza. La escritura desea el imposible fin de la escritura, y lo desea escribiéndose, para lo cual la obra necesita finalizarse, romperse, desobrarse, dice Maurice Blanchot. 

Solo una pluma virtuosa como la de Liliana Díaz Mindurry puede armonizar todos estos efectos emocionales e intelectuales sin el más mínimo fallo en la complejidad de dos planos temporales, ambos ligados por la escritura. El primero, el de la historia casi lineal protagonizada por Ángeles, Carmencita, Marcel y Blanca; el segundo, que aparece en notas al pie, formado por cartas, notas y manifiestos, algunos dirigidos a la misma autora real, en una especie de súplica de otros personajes, protagonistas de un presente impensado y sumidos en un estado demencial e inexplicable. 

Sin embargo, lo medular de esta enorme novela reside en la escritura misma y, en definitiva, la realidad nunca termina de ser realidad, aunque se le parezca tanto.

 

Laura Massolo

 

 


entrevista realizada por Huso a Liliana Díaz Mindurry_

P: ¿Que motivó, inspiró, escribir Pequeña Música Nocturna?

R: En primer lugar el cuadro “Eine Kleine Nachtmusik” (Pequeña Música Nocturna) de la pintora norteamericana Dorothea Tanning, incluso hasta la habitación 207 que está en el cuadro, aparece en la novela. También todos los cuadros de la época surrealista de esta pintora (Juegos Infantiles, Hotel La Adormidera y muchos más) referidos a los fantasmas y fobias de la pubertad y prepubertad de las niñas. Yo diría que mi novela es un homenaje y una recreación de estos cuadros, y en segundo lugar al Canto V de Dante (Inferno) donde las almas de los lujuriosos se ven sometidas a los huracanes pasionales. Y en tercer lugar a la obra musical de Mozart que le dio nombre al cuadro de Dorothea Tanning.

P: Están presentes en tu obra, otras manifestaciones artísticas, como la plástica y la música. ¿Es una constante en tu obra, un sello distintivo?

R: Me interesa la poesía ecfrástica y  casi toda mi obra, tanto en novela, cuento y poesía, se inspira en música, plástica, teatro y otras obras literarias. Puede ser un sello distintivo, si se quiere, y una aspiración que tuve desde niña de reunir distintas artes y textos, algo así como la ficción sobre la creación y sobre la misma ficción.

P:  Si tuvieras que definir en pocas palabras el mensaje de Pequeña música nocturna, ¿cuál  sería?

R: No sé si me interesa decir un mensaje, una moraleja, porque creo que la obra literaria dice lo que dice y aspira a la pluralidad de interpretaciones. Puedo ver sí temas como la mentira, el erotismo, sus encantos y sombras, la complejidad y ambivalencia psicológica, el poder y las incidencias de las clases sociales, la hipocresía de la iglesia y de la sociedad en los años sesenta en que ocurre, y  aún en la actualidad, cierto misticismo más o menos oculto, la complejidad de las relaciones humanas.

P: ¿Fue un punto de inflexión en tu obra literaria esta novela? ¿Hay una continuidad posterior en cuanto a argumentos, estructuras literarias, conceptos estéticos?

R: Creo que no, porque ya tiempo atrás había explorado distintos planos temporales, el juego de que el autor forme parte ficcional de la obra y escriba hasta una introducción imaginaria, temas que comencé en mi novela “Lo extraño”. Cada una de mis obras trata de diferenciarse en tema y técnicas. Sí, en cambio, me permitió conocer muchas personas por la popularidad que tuvo la novela en Argentina, algunos de los cuales siguen siendo mis mejores amigos.

P: ¿Sientes la influencia de algún o algunos escritores o movimientos literarios en su obra?

R: “Pequeña Música Nocturna” es un homenaje al surrealismo, por eso pongo como acápite la conocida frase de Lautréamont: “El encuentro de una máquina de coser y un paraguas en una mesa de disección”, es decir la unión de lo muy diferente, y la idea de que todo puede unirse con cualquier cosa. El espíritu de libertad y de belleza convulsiva de los surrealistas, su unión con lo onírico, mediúmnico, primitivo, inconsciente.

P: Si tuvieras que interesar a los lectores para que leyeran esta obra ¿que les dirías?

R: Que abran la puerta de los sueños, crean en la séptima cara del dado y que nada es lo que parece.

P:  Nos gustaría conocer tu opinión sobre Huso y si estás satisfecha con esta edición?

R: En primer lugar la alegría de tener el cuadro que inspiró mi novela, en el libro, gracias a la Fundación Dorothea Tanning y al tesón maravilloso de Mayda Bustamente. La belleza de la edición, el cuidado extremo de todo el libro, en definitiva la mejor edición que he tenido nunca. Me encantan las aspiraciones de Huso y su programa de ediciones, único, en lo que he podido ver. La emoción de que “Pequeña Música Nocturna” sea la primera de un proyecto ambicioso e idealista que tendrá pleno éxito.