ALAS HIPERBÓLICAS

NATIVIDAD ORTIZ ALBEAR

LA STEVENSON ESPAÑOLA

 

Aurora Bertrana podría vivir en un cuadro de Gauguin, ser una de esas bellas mujeres polinesias de piel tostada por el sol, con sus pechos al aire y sus faldas de vivos colores, acompasados con las coronas de flores que encumbran sus cabellos. Recostadas parsimoniosamente a la orilla de la laguna, que está en calma y en silencio, estas mujeres de Oceanía dejan caer la tarde enardecidas por el gris aterciopelado de los troncos del cocotero y la inmensa gama de verdes que circundan el lago como frontera que protege y aísla. Al fondo destaca el azul inmenso del Pacífico y el blanco de las olas estallando contra los arrecifes de corales. En este paraíso oceánico vivió la escritora catalana Aurora Bertrana (Girona, 1892 - Berga, 1974) durante los primeros años de su matrimonio con monsieur Choffat, un ingeniero electrónico destinado en la Polinesia francesa en 1926 hasta 1929. Esos tres años fueron para la pareja una luna de miel, compartiendo con los indígenas una vida primitiva y fácil, marcada por la bonanza del clima, la magia del mar, el perfume de los naranjos silvestres y el misterio de la selva. Vivían en una cabaña de bambú sin ventanas y se alimentaban de los dones de la naturaleza: de los peces del lago, de las frutas y de la caza. Exploraban en pequeñas embarcaciones la multitud de islitas cercanas y Aurora iba tomando nota de cada ínfimo detalle del paisaje y de la fisonomía y tradiciones de sus habitantes. Casi como una experta antropóloga, su cámara de fotos iba registrando la vida apacible de estas gentes que no conocían la prisa y que se entregaban al disfrute de los elementos que enaltecían en sus cantos y celebraban con sus danzas. Aurora admiró la libertad de las mujeres polinesias, mayor que la de sus coetáneas occidentales, que practicaban un amor libre, donde la maternidad tenía lugar fuera del matrimonio. Los maoríes concebían la familia de un modo más abierto que los europeos. La pluma de Bertrana dejó fiel testimonio de esta hermosa aventura en Papeete que fructificó en su libro autobiográfico en catalán, Paradisos oceànics (1930), con un enorme éxito de ventas y de crítica que la consagró como una autora de literatura de viajes. La obra fue traducida por ella misma al castellano con el título Islas de ensueño, y también contó con una versión francesa, Fenua Tahití. Vision de Polynésie (1943).

 

 


 

Este mundo exótico y deslumbrante es el que vamos a encontrar narrado en Alas hiperbólicas por una Aurora Bertrana octogenaria que rememora esa vida paradisíaca de su juventud en la capital tahitiana. Con una prosa de alto voltaje emotivo, no exenta de preciosismo formal, Natividad Ortiz en esta biografía novelada nos acerca a esta interesante mujer que compartió el deslumbramiento de Stevenson por las islas del Pacífico y que, al igual que él, se vio tentada a escribir un libro de aventuras situada en estas lejanas tierras, tentación que su padre, el escritor Prudenci Bertrana, se encargó de disuadir, al mostrarse reacio a que su hija se consagrase al mundo incierto de la literatura. De hecho, fue su padre quien la derivó hacia el mundo de la música, obligándola a estudiar violonchelo en Girona y Barcelona, y, más tarde, por voluntad propia, Rítmica y Danza en el instituto Dalcroze de Ginebra. Para poder costearse sus estudios musicales, la escritora catalana creó —algo inédito para la época— una banda propia de jazz, compuesta solo por mujeres, para tocar en las salas de fiesta de los hoteles. Suiza representó, pues, para Bertrana, la oportunidad de experimentar la libertad y de forjarse un proyecto propio, subvirtiendo los estrechos códigos éticos de la España de los años 20, que tímidamente se iba dejando seducir por los tiempos modernos que venían de Europa y América. Fue, precisamente, en uno de los conciertos de la banda en la radio suiza donde la escritora conoció a su futuro marido, monsieur Choffat, con quien se casó el 30 de mayo de 1925 y con quien emprendió en 1926 el largo viaje de mes y medio desde Barcelona a Tahití. 

Valiente, atrevida, curiosa, transgresora, Aurora Bertrana fue una mujer vanguardista que tuvo la osadía de saber desvestirse de los viejos ropajes de la moral para contemplar el mundo paradisíaco de Oceanía con una mirada prístina e ingenua que nos devuelve a la inocencia de la infancia, desprovista de prejuicios. Tuvo una actitud abierta, dispuesta a dejarse sorprender y embaucar por una geografía exuberante y edénica que despertó en ella una gran sensibilidad que le permitía disfrutar de esta experiencia extraordinaria. Vida apasionante la de esta mujer, la aventurera del Pacífico, que en unas breves notas autobiográficas hacía esta síntesis de su filosofía vital: “Pienso que el mundo es maravilloso y la vida una quiniela con poquísimos resultados y uno o dos aciertos”. Sea

 

Mercedes Gómez-Blesa